10 de mayo de 2012

La vieja y conocida baba

La vieja y conocida baba
Jueves, Mayo 10, 2012 | Por José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -La mala memoria es uno de los
anatemas del pueblo cubano. Tan comprometedora como el miedo o la
vocación de robots que nos inyectan en la sangre desde la más tierna
infancia, aunque mucho tiene que ver con esta última.

Nuestra mala memoria nos induce a escuchar con absoluta impasibilidad
los discursos de los dirigentes del régimen y nos ayuda a leer como
noticias las fábulas de sus alcahuetes de la prensa oficial, donde es
enfocada la crisis general y sistémica que hoy sufre Cuba como si fuese
una carga que heredaron de un gobierno anterior al que nuestros caciques
acaban de sustituir ayer de tarde.

Es una conducta insólita, con la que sin duda no se lanzarían si no
fuera por lo muy confiados que están en nuestra mala memoria. Y luego,
para colmo, hay que ver ese modo intransigente y ofendido (estuve a
punto de escribir "convencido") con que critican sus propias
barrabasadas, pero achacándoselas a otros, y con que nos aseguran que
ahora sí es verdad que encontraron el camino correcto para enderezar
todo lo que ya habían jorobado sin remedio, es decir, todo.

En tanto, nosotros tan campantes, viendo cómo nos endilgan sus culpas,
con lo cual nos convierten en víctimas triples, de ellos (dos veces) y
de nuestra mala memoria.

Pongamos por caso la última acusación que ha dejado caer sobre nuestras
desmemoriadas testas el diario Juventud Rebelde, mediante el artículo
"Servir, no servil", publicado el pasado 28 de abril, con la firma de
José Alejandro Rodríguez.

En síntesis, se acusa ahora a ciertos cubanos del montón por la actitud
servil ante los extranjeros que ha "proliferado en estos años de
apertura y auge turístico".

Curiosamente, cuando anota "ha proliferado en estos años", el
articulista parece admitir que el fenómeno es nuevo en nuestro país, al
menos en proporciones que sobrepasan (hasta la deformación) el
comportamiento común.

Y es verdad, al menos hasta ahí. En tiempos anteriores a los de nuestro
actual cacicazgo, hubo gobernantes y políticos (aunque no todos) que se
destacaron por su posición aduladora ante el extranjero, en particular
ante algunos gobiernos o consorcios estadounidenses. Pero esa fue
siempre una actitud de élites.

Jamás entre los cubanos de a pie proliferó el tipo de servilismo que
está inquietando hoy a los de Juventud Rebelde. La historia de Cuba más
bien registra lo contrario. Sin que ello signifique que en épocas
pasadas la gente no necesitase (aunque no tanto como hoy) arañar el
dólar de los turistas. Y claro, sin que signifique que dejaran de
hacerlo, pero acudiendo a la picardía y a las artes de lucha por la
existencia que son corrientes entre los pobres de cualquier país.

El servilismo ante el extranjero, como tantos lastres morales y
espirituales que ahora pesan sobre el pueblo cubano, es, para expresarlo
con palabras que seguramente utilizaría Juventud Rebelde, otra de las
conquistas de la revolución.

Fue engendrado desde los primeros años de gobierno revolucionario, allá
en los tiempos de la colonización soviética. Aunque apenas lo recordemos
ya (porque, en nosotros, la mala memoria actúa como una especie de
reflejo condicionado para la sobrevivencia), los cientos de miles de
rusos, búlgaros, checos… que vinieron a vivir en Cuba en aquella época,
residían, mayormente, en repartos exclusivos, en los que (por decreto
dictatorial) ningún cubano podía poner el pie, ni de pasada, como no
fuese para trabajar como sirviente o como guardián.

Los camaradas de Europa del Este se las gastaron aquí mucho más caras y
privilegiadas que los conquistadores españoles. Vivían por encima del
simple roce del cubano corriente. En sus mesas no faltaban los más
deliciosos frutos de nuestra tierra, mientras que generaciones enteras
de nacionales crecían sin conocer el sabor del mamey colorado o del
mango bizcochuelo, por citar sólo dos. El mejor ron de nuestra caña y el
mejor tabaco de nuestras vegas se convirtieron en nostalgia para los
viejos de la Isla, y en exotismo inalcanzable para el resto, en tanto
llegaban por tuberías a los cotos exclusivistas de los bolos (rusos).

¿Quién, por mala memoria que tenga, no recuerda aquellas humillantes
Diplotiendas? Al cubano corriente no se le permitía ni siquiera echar un
vistazo, para que conociera, aunque fuese de lejos, las ricas comidas y
los sofisticados objetos que allí estaban al alcance del proletariado
internacional, a muy bajos precios.

Después de los bolos, vino la grotesca y mediocre mascarada de apertura
a la inversión extranjera, en los años 90, donde, por citar solo un caso
entre un montón, un pelagatos, gerente español del hotel Habana Libre,
se congraciaba, bajo total impunidad, diciendo que él no empleaba
cubanos negros en "su" hotel.

El acceso prohibido para nacionales de a pie (ya que no para los
magnates del régimen y sus parientes), a centros turísticos y otras
hierbas. La ilegalización del dólar, que no representó para nosotros
sino su magnificación. El sesgo discriminatorio, en general, y el
desfachatado clientelismo político, como normas en las entidades
empleadoras para puestos en empresas extranjeras y mixtas…

En fin, son múltiples los ejemplos que –igual por separado o en
conjunto- conforman capítulos muy enjundiosos de una triste historia en
la que el pueblo cubano se ha visto obligado, por imposición
dictatorial, a comportarse servilmente ante el poder y el dinero de los
extranjeros, y a veces incluso ante el propio extranjero, sin que posea
dinero ni poder, sólo porque viene de afuera y porque, debido a algún
tipo de conveniencia para el régimen, se nos impone como ser etéreo.

Hoy por hoy, cualquier estudiante venezolano o boliviano (aun sin que
ellos mismos lo pretendan y a veces sin que lo perciban) goza de estatus
de privilegiado entre nosotros. Cualquiera de ellos, en la práctica,
puede devenir el príncipe azul de los sueños de una joven cubana, sólo
ante la posibilidad de que la libre del naufragio sin costas en que
vivimos, aunque se la llave a vivir al último pico de los Andes. Todos
esos bolivianos, venezolanos, ecuatorianos… tienen libre acceso a
internet desde Cuba, a tiempo completo, algo que no podrían decir sobre
sí la mayoría de sus propios profesores de la universidad. Eso por no
mencionar a los demás profesionales, científicos e intelectuales del patio.

Servir, no servil: es justamente el principio que deberían aplicarse a
sí mismos los del diario Juventud Rebelde a la hora de enfocar un tema
tan espinoso como el del servilismo que, según ellos, ha proliferado
entre nosotros en estos años de apertura y auge turístico. La ecuación
es sencilla: o le entran al asunto con la manga al codo, o incurren en
la vieja y conocida baba, que ya nadie respeta.

http://www.cubanet.org/articulos/la-vieja-y-conocida-baba/

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