6 de junio de 2012

Logros y retos: dos años de diálogo Iglesia-Estado

Iglesia Católica, Cardenal Jaime Ortega

Logros y retos: dos años de diálogo Iglesia-Estado

Desde las realidades políticas de hoy, en un diálogo nacional, las bases
patrióticas comunes son tan importantes como el reconocimiento de
diferencias legítimas, afirma el autor de este artículo

Arturo López-Levy, Denver | 06/06/2012 10:34 am

Varios progresos en la política cubana de los últimos dos años vindican
la posición constructiva del cardenal Jaime Ortega y la Iglesia
católica. Los avances obtenidos por su metodología patriótica de diálogo
y reconciliación contrastan con la histórica ineficacia de aquellos
actores que prefieren lo contencioso y hasta adoptan posiciones ambiguas
o favorables hacia el embargo norteamericano. El diálogo paciente de la
Iglesia con el Gobierno no solo logró la liberación de los prisioneros
de la primavera de 2003, sino también abrió nuevos canales de
comunicación entre el Partido Comunista y la organización de más amplia
membrecía dentro de la sociedad civil cubana.

Como resultado de esos logros, parciales, compartidos e incompletos pero
avances al fin, se rompieron lógicas de confrontación. El diálogo
iniciado el 19 de mayo de 2010 fructificó la construcción paciente y
gradual por las comunidades religiosas cubanas de varios repertorios de
acercamiento entre los diferentes componentes de la nación cubana.
Rechazando la lógica subversiva enunciada en la ley Helms-Burton —que,
como ha confesado uno de sus gestores, el ex subsecretario de Estado
Roger Noriega, requiere un período de "inestabilidad y caos" en Cuba—,
las comunidades religiosas cubanas optaron temprano por la formación
paciente de identidades patrióticas, y democráticas.

Resistiendo las caricaturas simplistas de ángeles y demonios, las
congregaciones de fe han preferido el anuncio a la denuncia, procurando
dotar a la sociedad cubana con una consciencia de derechos humanos, fe y
responsabilidad nacionalista. La esperanza es que la comunión
nacionalista permita que los adversarios no sean enemigos, sino
patriotas que discrepan privilegiando la civilidad, el acuerdo y la
moderación. Esa cultura, no la imposición de resultados a priori, es la
mejor contribución a la construcción de una Cuba soberana.

"Aguar fiestas": berrinche de la irrelevancia

La Iglesia ha tenido que navegar entre la Escila de un estado comunista
todopoderoso, que le ha costado demasiado a Cuba en términos de
desarrollo y libertad, y la Caribdis de una oposición desleal que
apuesta por el "caos y la inestabilidad". Mientras el primero se esmera
en posponer cambios urgentes y necesarios, la segunda fantasea, desde la
esperanza de que mientras peor le vaya al país, mejor le irá a sus
propósitos de subversión. Las comunidades religiosas buscan desmovilizar
las polarizaciones y discutir racionalmente problemas que afectan a todo
el pueblo cubano. Lo importante no es montar un show mediático sino
marcar diferencias. Para frustrar ese propósito, en el marco de la
última visita papal, se organizaron ocupaciones políticas de varios
templos católicos anticipadas con bombo y platillo por Mauricio Claver
Carone, el cabildero pro embargo por excelencia, como "un aguacero en la
fiesta del Cardenal".

Inmediatamente se desató la campaña mediática de habituales analogías
históricas sin análisis. Los miembros del llamado Partido Republicano de
Cuba no buscaban refugio de persecución en los templos, como sí ocurrió
en otros países u otras épocas cubanas. Ocuparon templos no para rezar
con los sacerdotes, o escapar de una persecución, sino para frustrar que
el mundo se abriera a Cuba, y mejoraran las relaciones entre los
diferentes componentes de la nación cubana, en la Isla y la diáspora.
Actuaban como "aguafiestas", imponiendo confrontaciones, contrarias a
los objetivos que la Iglesia y el gobierno, principales anfitriones del
Sumo Pontífice, se habían trazado.

Como la estrategia del berrinche fracasó ante la visita de Benedicto
XVI, acompañada cordialmente por un sector importante de la diáspora,
incluido el obispo Thomas Wenski de Miami, los mercaderes del
revanchismo se han concentrado en difamar al cardenal Jaime Ortega. La
idea sectaria es hacerle pagar caro al Cardenal de Cuba sus proyectos
reconciliadores y su patriotismo, dañando la credibilidad de la Iglesia
católica para nuevos diálogos.

Radio Martí, con Radio Mambí y Estado de Sats, a diestra y siniestra;
insultaron a Su Eminencia con improperios que antes solo dedicaron a
Fidel Castro. Es el mismo patrón de atacar lo mismo a Nelson Mandela,
que al presidente James Carter, o incluso personalidades de la cultura
como Juanes o Billy Joel. Ni siquiera Oswaldo Paya escapó a esa ira
cuando visitó Miami en 2002. Todavía es descalificado como "ni pa'lla ni
pa'cá" en los medios dominados por la derecha radical. Lamentablemente,
en aquella coyuntura crítica que exigía cantarle a los plattistas la
irrelevancia e ilegitimidad que les toca, el líder del movimiento
"Liberación" optó por apaciguar a ese sector con discursos ambiguos como
que el embargo, "no era un asunto nuestro" sino "una política de los
Estados Unidos".

Tanto el exilio radical de derecha como sus subordinados en la oposición
interna saben que mienten al afirmar que el Cardenal es un agente del
Gobierno cubano. Toda su campaña de mentiras se motiva en el
conocimiento de que si triunfaran los proyectos reconciliadores, como el
que el Cardenal promueve, habría que desmontar las estructuras de
hostilidad a ambos lados del estrecho de la Florida. Y esa sí sería la
peor derrota para las industrias del odio.

Por un nacionalismo plural y pragmático

Frente a los aguafiestas plattistas, la mejor respuesta nacionalista es
asumir una lógica proactiva. En lugar de enfrascarse en debates espurios
con posnacionalismos sietemesinos, que "no le paran la pechada a ningún
potro", la Iglesia y el Gobierno deben avanzar responsablemente con
mayores aperturas. Después de haber caminado con la mano extendida a
todo patriota, la disciplina inherente a una postura racional de
reconciliación requiere no distraerse con aquellos que carecen de la
mínima consistencia ética o política, y último, pero no menos
importante, de poder.

Un nacionalismo moderno debe reconocerse como continuidad de las gestas
heroicas desde la guerra grande hasta la actualidad, pasando por la
lucha contra la enmienda Platt, la derrota de las dictaduras de Machado
y Batista, y los días "luminosos y tristes" de la Crisis del Caribe.
Como Rusia que aprendió a respetar a Finlandia, Francia y Alemania a
Bélgica, Estados Unidos tendrá que respetar a un nacionalismo cubano
orientado al desarrollo, incluso dentro de un orden mundial bajo su
liderazgo. La derrota del embargo impondrá el funeral del plattismo en
la política cubana. Aunque la soberanía de los estados sigue siendo el
principio ordinal del sistema internacional, las naciones son, cada vez
más, espacios trasnacionales que incluyen a sus diásporas. Para lidiar
con esa tendencia, que se refleja en aumentos de las migraciones
laborales, matrimonios cubanos a través del estrecho de Florida, y en el
futuro miles de cubanos estudiando en otros países, el nacionalismo
cubano del siglo XXI no puede ser rehén del pasado. La sociedad
norteamericana de hoy difiere en identidad y composición a aquella cuya
élite concebía a Cuba como una "fruta madura" a caer bajo su dominio por
gravitación. La cercanía de Estados Unidos y el tratamiento a la
diáspora cubana allí son retos, pero también oportunidades para el
desarrollo, la democracia y el bienestar de la nación cubana toda.

La condena absoluta al plattismo, desde los principios del derecho
internacional, no es óbice, sino condición necesaria para procurar el
óptimo de una relación bilateral, respetuosa y cordial con Washington.
En ese sentido, se impone una dosis de pragmatismo alta en La Habana, de
modo que no se repita la situación del período Carter, cuando una
supuesta "solidaridad" con el tercer mundo y el comunismo internacional,
irrelevante a nuestros intereses nacionales, se priorizó sobre la
necesidad histórica de obtener un "modus vivendi' cordial con la
superpotencia a noventa millas de nuestras costas. José Martí, que
criticó como nadie el expansionismo norteamericano de fines del siglo
XIX, también reconoció muchos elementos admirables y a emular en la gran
nación norteamericana.

Si los que detentan el poder actúan con responsabilidad patriótica, y se
mueven hacia el centro del espectro político, con un modelo de economía
mixta y pluralidad acotada, nada habría que conversar con la derecha
plattista, que no fuera la compasión gallarda con el derrotado.
Contrario a la afirmación del profesor Eusebio Mujal de que Cuba vive
una guerra civil con capitales del norte y el sur en Miami y La Habana
respectivamente, el conflicto armado en Cuba terminó en 1965 con la
victoria de las FAR. Las nuevas generaciones no tienen porque reeditar
los conflictos de sus padres, sino construir una nueva gobernabilidad
que reconozca la pluralidad política actual de la sociedad cubana actual
y aquel hecho militar. Cuando Alexis Pestano, Lenier González y Roberto
Veiga sugirieron en la X Semana Social Católica ("Todo el tiempo para la
esperanza") incorporar a la oficialidad militar a un diálogo con la
Iglesia estaban reconociendo el balance de poder existente.

Desde las realidades políticas de hoy, en un diálogo nacional, las bases
patrióticas comunes son tan importantes como el reconocimiento de
diferencias legítimas. El Gobierno debería tomar en serio no solo la
pluralidad existente en la sociedad cubana, incluida la diáspora, sino
también el nivel de descontento que se respira en la población con
respecto a muchas de las políticas oficiales y la lentitud y reducido
alcance de las reformas implementadas. El Partido Comunista debería
abandonar la soberbia de asumirse con el apoyo activo del noventa por
ciento de la población. Hay un espacio para coalición y metas comunes
entre sectores constructivos en el Gobierno, pero se impone una
transición en Cuba desde una hegemonía en crisis al liderazgo. La agenda
misma de cambios y su implementación debe ser no solo explicada y
discutida sino negociada.

Es tiempo de que las elecciones del Poder Popular, por ejemplo, permitan
espacios representativos de la pluralidad existente en el campo
nacionalista. Cubanos con ideas diferentes a la ideología comunista,
pero comprometidos con la soberanía nacional y un Estado de bienestar
con acceso universal a la educación y la salud, deberían poder ser
elegidos sin el veto o la intermediación de las comisiones de
candidatura, controladas de facto por el partido comunista. La expansión
paulatina de esa representatividad desde el municipio, a la provincia y
de allí a la nación, podría esbozar un tránsito gradual a un congreso
bicameral, como balance y contrapeso republicano, donde la existencia de
una cámara alta, que enfatice la estabilidad y la pausa, permita la
existencia sin peligro de una cámara baja menos tutelada, que demande la
prisa.

De cara al futuro, el diálogo Iglesia-Estado requerirá de una mayor
creatividad. Un elemento esencial es bajar falsas expectativas porque
los mangos bajitos ya se cogieron. (Es el caso de los feriados
religiosos y las celebraciones de peregrinaciones públicas de elevado
simbolismo para la Iglesia pero baja dificultad para concesiones del
Gobierno, de cara a sus sectores más doctrinarios). Un caso que probará
la voluntad del Gobierno a abrir espacios legítimos a la pluralidad
creciente dentro de la sociedad cubana, será su respuesta a los pedidos
de la Iglesia católica a incursionar institucionalmente en la educación.
La concepción de la Iglesia en esta área no es confrontacional, pero
implica un cambio significativo en relación al casi monopolio del
Gobierno en la formación de las nuevas generaciones. En ese sentido, un
indicador relevante de madurez en el diálogo Iglesia-Estado es si sus
líderes son capaces de articular un sistema de formación postgraduada
bajo guía religiosa (sin que el contenido de la misma sea necesariamente
de carácter religioso) en áreas de impacto social y económico.

Un reto inmediato para la Iglesia católica cubana será movilizar líderes
e intelectuales de la emigración para la defensa de su postura
dialogante dentro de la diáspora. Es lamentable que después de todos los
esfuerzos del Cardenal Ortega para abrir diálogos con el Grupo de
Estudios sobre Cuba o los redactores del informe "Diáspora y
Desarrollo", de FIU, ninguno de sus miembros ha tomado una actitud
diáfana de defensa sin ambigüedades de las posturas dialogantes del
Cardenal, de las cuales se han beneficiado. En ese sentido político,
quizás la Iglesia debería exigirle a esos sectores más firmeza por los
espacios y auditorios que les ha brindado. José Martí, quien decía que
en la moderación esta "el espíritu de Cuba", se encargó de defender esa
postura sin falsas delicadezas. Cuba necesita un centro
pro-reconciliación tan firme como los extremos que tratan de "aguarle la
fiesta".

Nota: Algunas de las ideas aquí presentadas fueron discutidas de modo
más extenso en la ponencia "La Casa Cuba: Reconciliación, Reforma y
República" a la X Semana Social Católica en la Habana en Junio de 2010.

http://www.cubaencuentro.com/opinion/articulos/logros-y-retos-dos-anos-de-dialogo-iglesia-estado-277427

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