4 de junio de 2012

Una nueva ilegalidad

Una nueva ilegalidad
Lunes, Junio 4, 2012 | Por René Gómez Manzano

LA HABANA, Cuba, mayo, www.cubanet.org -En el tiempo que llevo
escribiendo artículos periodísticos, he evitado siempre el tema
deportivo: me considero apenas un diletante. Ante la erudición que
demuestran especialistas como Iván García y otros informadores
independientes, me parece que cualquier intento mío sólo me haría
aparecer como un improvisado.

Sin embargo, un episodio del reciente play-off final de la Serie
Nacional de Béisbol, entre los equipos Industriales y Ciego de Ávila, me
ha animado a abandonar por una vez esa regla a la que me atuve durante
años. En mi descargo puedo señalar que soy abogado, y —como se verá— mis
consideraciones tienen un carácter casi más jurídico que deportivo.

El quinto juego, último que debía celebrarse en la ciudad de la Trocha,
resultó ser el conclusivo. Fue preciso ir a un alargue, pues el noveno
inning terminó con los rivales empatados a tres carreras. En la mitad
final del undécimo, con un avileño en segunda base, el bateador hizo una
buena conexión pegada a la línea del jardín derecho. Fue entonces que se
armó la gorda.

Ante todo, una aclaración: Varias de las complejas reglas que rigen la
práctica de este deporte en Cuba —de modo especial las números 3.17 y
7.11— prohíben que los jugadores de un equipo interfieran a los contrarios.

Quien sepa un poco de pelota, aunque ignore el texto de esas normas,
sabe en la práctica que ellas imperan: los únicos miembros del equipo a
la ofensiva que pueden estar en el terreno son el bateador y, en su
caso, los corredores en base. Esto lo aconseja hasta el simple sentido
común, pues cualquiera comprende que, si los miembros del equipo
atacante deambulasen a su antojo por el campo, perturbarían las acciones
defensivas de sus contrarios.

Hago este comentario por las circunstancias que rodearon el lance final
de ese último juego. Al ser conectado el batazo decisivo, los jugadores
avileños invadieron de inmediato el terreno. Se vio entonces el
espectáculo grotesco del corredor que estaba en segunda (quien debía
anotar la carrera de la victoria) avanzando hacia el home en medio de
decenas de sus compañeros de equipo.

Se violaron —pues— las reglas vigentes. Cuando se produjo la invasión
del campo, el desafío no había terminado todavía: continuaba empatado a
tres carreras, por la sencilla razón de que quien corría para anotar la
cuarta de los avileños aún no había pisado la goma.

Lo que sigue entra en el campo de la especulación pura: De haber mediado
otras circunstancias, ¿hubiera podido el corredor ser puesto out en
home? En mi opinión, no. Pero un juego —sobre todo uno tan importante—
no puede decidirse en base a valoraciones especulativas. Lo evidente es
que, de haber llegado el tiro salvador, poco habrían podido hacer los
industrialistas, debido a la interferencia de sus adversarios.

Ante esa realidad: ¿Qué hicieron los seis ompayas? Nada. Pero no
detengamos nuestras preguntas en esos árbitros de nivel inferior. ¿Cómo
actuaron las autoridades deportivas y los jerarcas comunistas en
general? ¿Qué dice al respecto el doctor Antonio Castro Soto del Valle,
hijo del ex dictador y flamante Zar del Béisbol Cubano?

Esos personajes no sólo no hicieron ni declararon nada, sino que los que
se encontraban presentes en el Estadio "José Ramón Cepero" de la capital
avileña, incluyendo al Primer Secretario del partido único en la
provincia, participaron en la premiación realizada acto seguido, con lo
cual se hicieron cómplices de la grave infracción cometida.

Hay que decir que el sospechoso silencio abarca no sólo a las
autoridades, sino también a los cronistas deportivos. A ninguno de ellos
se le ha ocurrido comentar esa violación grosera y evidente de las
reglas que rigen el béisbol. Al parecer —pues— se ha lanzado desde las
altas esferas otra consigna de silencio; una más. ¿Será que, para el
régimen, resultaba más deseable la primera victoria de los avileños que
la décimo tercera de los Industriales?

Es lamentable que los miembros del equipo Ciego de Ávila, en su
desesperación por empezar a celebrar la victoria por la que tanto —y tan
bien— habían batallado, enturbiaran el lance final del campeonato. Pero
peor aún es que quienes están llamados a hacer respetar las reglas se
hayan hecho cómplices de su descarada violación.

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